miércoles, 18 de marzo de 2015

Caché (Escondido). Acoso y culpabilidad sin resolver



Director: Michael Haneke.
Intérpretes: Daniel Auteuil (Georges Laurent), Juliette Binoche (Anne Laurent), Maurice Bénichou (Majid), Walid Afkir (Hijo de Majid), Lester Makedonsky (Pierrot Laurent), Daniel Duval (Pierre), Nathalie Richard (Mathilde), Annie Girardot (madre de Georges), Bernard Le Coq (jefe de Georges).
Productor: Veit Heiduschka.
Guion: Michael Haneke.
Fotografía: Christian Berger.
Sonido: Jean-Pierre Laforce.
Montaje: Michael Hudecek y Nadine Muse.
Nacionalidad y año de la producción: Francia, 2005.




Detrás de la obsesión

      Con unos setenta y tres años recién cumplidos, Michael Haneke es ya “perro viejo” en esto del cine, algo que le viene de familia, puesto que nace en un seno con un padre director y una madre actriz. Aunque en sus inicios no obtuvo el éxito ni el renombre que cuenta, no pasó mucho tiempo hasta que en 1989, con “El Séptimo Continente”, se ganó a la crítica. Que por cierto, esa era su dedicación antes de ese largometraje, trabajó como crítico de cine. Del austriaco se valora un estilo muy propio, contando problemas de la sociedad moderna, como puede ser el racismo, en una estética inquietante, jugando con la percepción del espectador. Tal vez esto se deba a sus estudios universitarios en psicología y filosofía, que aportan al guión, de su puño y letra, su eterno discurso relacionado con la moralidad dentro de un tipo de cine que no podríamos definir ni como drama ni como thriller.

     Caché ha cosechado una gran cantidad de premios y nominaciones en su año de producción, 2005, incluyendo el Premio de la Crítica y Mejor Director del Festival de Cannes. Y es que a la crítica se la ganó, ya que también cuenta con el premio de Mejor película extranjera por la Asociación de Críticos de Chicago y por la Asociación de Críticos de Los Ángeles. Pero a pesar de su éxito en la “zona Hollywood” como película de habla inglesa, el ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2013, Haneke, es muy crítico con la voraz industria americana, declarando en alguna ocasión que “quiere aplastar al cine europeo”.


Desconcertante desde el principio

Nos centramos en una familia con alto nivel de comodidad en su vida. Georges conduce un programa televisivo de debates literarios, Anne trabaja en una editorial y presume de una buena relación con su jefe. El pequeño de la familia, Pierrot, en plena adolescencia, tiene una relación muy típica con sus padres, valorando más a los amigos y comunicándose poco en casa. Como la define el creador, nos hemos colado en la casa de una familia aburguesada que no se preocupa por los problemas que van más allá de ellos tres y sus conocidos. Su monótona vida cambia cuando reciben una cinta de video con una grabación de la fachada de su casa. A esta grabación la siguen más cintas y dibujos que parecen hechos por un niño pequeño. Es así como Georges se da de bruces con recuerdos que ya había borrado de su mente egoísta y burguesa, llevándole a descubrir qué fue de Majid, un niño que los padres de Georges querían adoptar tras saber que sus padres habían sido masacrados en un terrible suceso acontecido en París en 1961, una marcha de argelinos. Georges, sin el apoyo de la Policía, que no actuará hasta que pase algo mayor que las simples muestras de perturbación de un acosador, indaga para saber quién es el autor de las cintas, teniendo que hacer frente inevitablemente a un pasado que todos ignoran.


Caché sigue perfectamente la línea de la filmografía de Michael Haneke. Como se decía previamente, es un autor con claras tendencias a presentarnos familias de carácter burgués y actuales (familias con pocos hijos y un nivel adquisitivo por encima de la media). En 1989, nos presenta una de sus primeras películas que no fueron para televisión, basada en hechos reales, relatando cómo una familia se deshace de sus bienes para poder vivir de forma más espiritual, lo cual acarrea una serie de consecuencias que le presentan en el filme. Hablamos de Siebente Kontinent (El Séptimo Continente), que junto con Benny’s Video (El vídeo de Benny, 1992) y 71 Fragmente einer Chronologie des Zufalls (71 Fragmentos de una Cronología al Azar, 1994), hacen la conocida trilogía de Haneke en la que se trata la violencia en la sociedad moderna, tema principal no solo en estas películas, puesto que la violencia es muy recurrida para él, y ya no tanto la violencia en sí, sino la forma cruda de presentar estas escenas.

En la mencionada Benny’s Video vemos a un adolescente desatendido por sus padres, quienes le regalan una cámara de vídeo como compensación a la falta de afecto. Cámara que usa para grabar un acto muy violento que realiza. Este tipo de patologías psíquicas que están presentes en nuestra sociedad son en parte el estilo propio de las películas de Haneke. Hecha esta trilogía, el director sigue en el formato de presentar una familia burguesa, egoísta y ajena a todo que son víctima de psicopatías y su propia condición. Y es que Funny Games, de 1997, no dejó a nadie indiferente. Tanto es así, que el director apostó por hacer un remake diez años después de su primera versión, esta vez usando el formato estadounidense, con actores de la talla de Naomi Watts y Tim Roth. Esta nueva versión no aporta nada nuevo, incluso se podría decir que fue un desacierto.

Juliette Binoche aparece al inicio de las producciones que hace Haneke en Francia. En el año 2000, la hace protagonista en Code inconnu: Récit incomplet de divers voyages (Código desconocido). Es en esta obra fílmica donde también aparece un elemento que encontramos en Caché: la inmigración y el racismo. La realidad de Francia, un país multicultural y segregado, hace que sea un recurso fácil de usar no solo en la filmografía de este director, también en otros.

La tendencia a sacar lo peor de las personas está muy claro en el éxito La pianiste (La pianista, 2001), basado en la novela homónima la cual trata de una profesora que “desconecta” yendo a cines porno y sexshops. Y en 2003, tal y como sucede en Funny Games, aunque por motivos distintos, una familia de clase media en Le Temps du loup (El tiempo del lobo) se va a su segunda residencia, dándose cuenta que por mucho que se aislen nunca será suficiente para evadirse de la realidad y de lo que pasa a nuestro alrededor.

Así son las familias y personas protagonistas que nos presenta Haneke en sus películas, gente que quiere vivir en la burbuja que se han creado en donde no afecta ni lo más mínimo de lo que pasa a su alrededor. Como última característica presente en gran parte de la filmografía del director, y de forma anecdótica, decir que son recurrentes los nombres “Georges” y “Anne” en los personajes principales de sus producciones, como parte de la obsesión que parece transmitir en sus películas.

Sería necesario ver toda la filmografía de Haneke para no hacer una crítica banal de su película, la cual contiene tantos componentes argumentales como elementos técnicos diferenciadores. No se podría comparar Caché con cualquier otra película porque es imposible elegir un filme de similar características, no solo por lo que se narra, es cuestión de estilo. Una forma de hacer cine peculiar, aunque no siempre tan efectiva.


El elemento que no podemos dejar de mencionar es la elección de las actrices y los actores que interpretan Caché, ya que son ellos el plato fuerte de la película, lo que podemos destacar por encima de un argumento un tanto simple y una estética nada adornada. A continuación hablaremos del ambiente que rodea esta película, pero queda claro desde ya que lo que llena la película de significado son las actuaciones más o menos contenidas, con unas miradas medidas y proyectadas a la perfección. Desde los protagonistas hasta los papeles secundarios, que no abundan en esta película, como suele ser normal en la filmografía de Haneke. Marcan los desesperantes silencios de contenido interpretativo sólo por la intención postural y la expresión facial. Si no fuera por Auteuil, Binoche y Bénichou como actores con personajes con mayor representación, directamente podríamos decir que no habría película.


Retrato desnudo de una Francia


Con un plano fijo que en algún momento incluso nos hace preguntarnos si no se tratará de una instantánea mientras se colocan los créditos iniciales como si de un cartel se tratara. Así comienza Caché. Esos tres minutos con algunos segundos ya nos hace ver que lo que vamos a ver se sale de la norma. Incluso resulta difícil leer esas diminutas letras blancas que, como decíamos, son más típicas de un cartel que del inicio de una película. Tanta es la confusión que se nos crea que no sabemos si lo que vemos es un ciclo temporal lineal o no. Esa es una pata que sostiene la película.


La mezcla, en algunas ocasiones carente de sentido, de lo que está pasando en ese momento, las cintas grabadas y algunos flashback de Georges (tres en total). No es que el montaje sea un desacierto, pero si partimos desde la premisa de que al visionar una película como Caché lo que el espectador espera es seguir una historia intrigante, escenas como las de Pierrot nadando o el último flashback cuando se llevan a Mayid de pequeño, no aporta nada a la trama. En el caso de la última que hemos mencionado, tal vez tendría más sentido si se hubiera presentado antes. Pero esto nos lleva a otro punto que nos cuestionamos una vez hayamos visto el filme: no es una película de intriga o misterio, es una crítica a la sociedad. De esa sociedad aburguesada que se nos presenta viviendo cómodamente sin que le importe los males de su alrededor y claramente racista. Si no, la escena en la que un ciclista de color casi atropella a Georges no tendría sentido cuando es sin duda uno de los momentos claves en la película, en el que se nos muestra ese racismo oculto que hay en la desigualdad social, ya que Georges se cree mejor que el ciclista y se toma la libertad de insultarlo. No es solo un momento de tensión en la vida del protagonista, Haneke ha ido más allá.


En el contenido del guión también está presente la hipocresía. En la conversación que tiene Georges con su madre se ve claramente por dos cuestiones. La primera es la reacción de la madre cuando le pregunta por Mayid y su respuesta tan clara. No se acuerda de lo sucedido y nunca piensa en él. El espectador ya empieza a sospechar que algo de gran calada están ocultando. Y tanto es así. Cómo olvidar a una persona que estuvieron a punto de adoptar tras la muerte de los padres y que al final mandan a un orfanato. Es una muestra muy humana del olvido intencionado, de no querer pensar en lo que nos pesa. La segunda cuestión que nos hace ver la hipocresía latente es la propia pregunta de Georges. Él dice no sospechar de nadie cuando al ver la grabación del caserío donde se crió ya tiene claro de quién puede ser, pero lo oculta. Y eso se debe a que ha ocultado a todo el mundo ese episodio de su vida, queriendo deshacerse de un recuerdo que tal vez consiguió olvidar, pero la conciencia intranquila se acciona con el acoso al que lo somete supuestamente Mayid. Y es curioso que no quiera vivir con ese recuerdo y que ni siquiera piense en actuar con el primer video o el segundo que les llega porque no lo ve de mayor importancia pero en cuanto el hijo desaparece ya dan por hecho que lo han secuestrado sin pruebas. Y lo más llamativo de esa situación es que Mayid y su hijo son detenidos por la policía sin ninguna prueba de que el adolescente estuviera con ellos. Una maravillosa muestra del racismo que antes se comentaba. Este filme nos hace pensar en la actitud humana. Ese es el fin último, no es saber qué es lo que pasa y cómo se resuelve, si no qué hacen las personas en una situación como ésta.


Ya decíamos que la película estaría vacía sin la acertada interpretación de los actores, que dotan a toda la película de una gran carga emocional. Por qué decimos que el peso lo llevan ellos. Si nos fijamos bien, las escenas se presentan totalmente desnudas. Son frías y los planos largos. En general, las escenas son lentas. Hay muchos silencios entre los diálogos, naturalizando la acción (en la vida real tenemos que pensar antes de hablar como se refleja en la película) y no se oye ninguna banda sonora. No hay música. Esta falta de recurso ya se ha usado como recurso en muchas películas. Se contrarresta con un sonido ambiente muy presente: el gorjeo de los pájaros, el ruido del tráfico y la televisión que a veces está por encima de las propias voces de los actores. En lo técnico, cuando nos encontramos películas con esa carencia, normalmente la imagen nos ayuda a que sea más dinámica, pero en Caché no es así. El exceso de cámaras fijas y planos largos no ayuda a que las escenas se noten con mayor ligereza, más bien todo lo contrario.

Por eso repetimos una y otra vez que si no fuera por una brillante interpretación, no tendríamos película. Es digno de destacar la escena del suicidio de Mayid. La gran muestra de talento que nos hacen los dos actores merece el reconocimiento. Como sin prácticamente ver la cara de Georges, sabemos lo que está pensando, nos quedamos atónitos con la forma de caer al suelo de Mayid y pasan unos minutos hasta que finaliza el plano único sin que se resuelva la acción. Por cierto, cobra mayor sentido el hecho de que esa escena está cogida desde el mismo ángulo que la grabación que hace supuestamente Mayid de la primera vez que Georges va al apartamento. Qué nos querrá decir con eso Haneke. Se está grabando el suicidio presentado o no.


Y así acaba la película. Podemos concluir que desde un principio era Mayid el que enviaba las cintas de forma anónima por ese dibujo del que sale sangre del cuello, pero él lo niega. Pero, el director que sabe jugar con nuestra mente, no concluye esa investigación como si de una película de Hitchcock se tratase. De hecho, nos “regala” una secuencia final, un nuevo plano fijo cogido desde la calle de la fachada del colegio de Pierrot. Los créditos finales no empiezan a surgir hasta que vemos a Georges andando de un lado a otro del plano ¿Será otra grabación del acosador? ¿Ya ha dejado en la conciencia de Georges a una persona y ahora va a por el adolescente? No merece la pena hacerse ninguna pregunta. El objetivo de Haneke se ha cumplido: dejarnos impactados con hasta dónde puede llegar una situación aparentemente inocente con una presentación menos que sutil de las características de una sociedad acomodada.


Sonia Anguiano López

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