jueves, 26 de marzo de 2015

La flaqueza del bolchevique. Cuando no nos gusta nuestra vida

Director: Manuel Martín Cuenca.
Intérpretes: Luis Tosar (Pablo López), María Valverde (María), Mar Regueras (Sonsoles), Nathalie Poza (Eva), Manolo Solo (Francisco), Rubén Ochandiano (Manu), Jordi Dauder (Alfredo), Enriqueta Carballeira (Dolores), Yolanda Serrano (Alba), Ángela Herrera (Elsa).
Productor: José A. Romero.
Guion: Manuel Martín Cuenca y Lorenzo Silva (basado en la novela homónima de Lorenzo Silva).
Fotografía: Alfonso Parra.
Sonido: Eva Valiño.
Montaje: Ángel Hernández Zoido.
Nacionalidad y año de la producción: España, 2003.





Los que disfrutan de su vida


Con un par de documentales a sus espaldas, Manuel Martín Cuenca hace su primera película y asume la dirección en solitario de una novela de Lorenzo Silva. Una novela que parecía estar destinada al fracaso, al menos ese es el pensamiento de su autor, quien escribiera la obra en 1995 tras ver como se cerraba por orden judicial Ediciones Libertarias, editorial de su primera novela Noviembre sin violetas, y ser rechazada por varias editoriales. No en vano, Silva consiguió publicar la historia de un treintañero obsesionado con las hijas del Zar Nicolás II y consiguió ser finalista del prestigioso Premio Nadal en 1997. Y será cuestión de la casualidad o del destino cuando a Martín Cuenca le hablan de un escritor que igual le gusta y que en una librería al pedir cualquier libro de ese autor, le venden La Flaqueza del Bolchevique. Según afirma el director, cuando solo llevaba unas cuarenta páginas leyendo la novela, ya sabía que ahí había una película que quería hacer. Resulta un tanto cómico, para quien ha visto la película, que Martín Cuenca se leyera el libro de Lorenzo Silva en una sola tarde, en el parque, creándose así la relación que uniría a estos dos, en el mismo escenario que se produce el amor entre Pablo y María. En esa relación de largas charlas y mucho trabajo conjunto, el autor que ve su obra adaptada sólo tiene un reproche que hacerle al director: cambiar el nombre de la protagonista, que en la novela se llama Rosana.

La época del bolchevique

Todo comienza un lunes por la mañana, en el Madrid otoñal, dentro del coche de Pablo, hábitat del trabajador en el departamento financiero de un banco. El estar entretenido con la radio, le hace tener un pequeño accidente, empotrándose en el descapotable de Sonsoles, la cual le hace la jugada con el seguro. Motivado por la venganza o el repudio, Pablo empieza a seguir y hacer llamadas telefónicas impertinentes a Sonsoles. Hasta que conoce a María, la hermana pequeña de Sonsoles, que le hará volver a otra época en la que se consideraba feliz.


Este podría ser un resumen de la primera película de Martín Cuenca, aunque no la última, pero difícil de comparar con cualquier otra del mismo autor. Esto se debe no solo por ser la primera, también al hecho de ser una adaptación de una novela, que no nos deja ver un claro estilo en la forma de contar la historia. Entre la filmografía del director, obviando los documentales, podríamos destacar Malas temporadas de 2005 que cuenta la historia de Gonzalo y su entorno. Es el 2010, con La mitad de Óscar cuando la crítica empieza a hablar del momento en el que el director logra una mayor madurez y un mejor resultado en la forma de resolver artísticamente la historia de Óscar, que como en el caso de Pablo, es un hombre de treinta y tantos años que vive solo, aunque el argumento no tiene nada que ver con el de 2003. Óscar es guardia de seguridad y el motivo de su ruptura con lo cotidiano no es una adolescente, sino su hermana a la que lleva sin ver más de dos años. Su última película hasta la fecha estrenada en 2013, Caníbal, es nuevamente una adaptación de una novela y como punto en común con las demás, el guión es compartido. Caníbal es tal vez un antes y un después en su carrera, siendo la que más nominaciones le ha ofrecido. Historias de hombres solitarios, por muy distintos motivos, con repartos repartidos entre rostros consolidados de nuestro cine y caras novedosas para los espectadores, lo cual siempre es interesante por demostrar valentía en confiar en estos y dar la oportunidad a actrices y actores “buenos por conocer”.

Es necesario también entender el momento que pasa el cine español cuando se hace esta película. La flaqueza del bolchevique guarda cierto parecido en estética y guión con otros títulos que empiezan a aparecer en años anteriores con un mismo fin: plasmar la realidad de una forma sutil. De tal manera, nos encontramos con películas como esta, que son cercanas al espectador porque cuenta con características no demasiado ficcionales, en tanto que los escenarios, los personajes y sus vidas se pueden encontrar en la vida real. A esto se le suma una importante crítica social, que en esta película está más relacionada con lo moral que con las injusticias sociales pero que nos muestra una parte oscura de nuestro ser.

Esta tendencia empezaría a desarrollarse con títulos que hacían referencia a la realidad más cruda a la que nos enfrentamos, como puede ser Barrio (1998) de Fernando León de Aranoa, que expone la vida en un barrio periférico de Madrid y lo que hacen sus tres protagonistas para matar el tiempo en un sitio en el que no hay mucho que hacer. Si andamos un poco en el tiempo, 2002, León de Aranoa también nos deja con una película que narra una historia que tal vez se asemeja más en estilo a la que nos atañe, Los lunes al sol, un filme coral que narra la vida de desempleados de cierta edad que tienen que buscar otra forma de vida tras el cierre de astilleros. Otro título muy recurrente es El Bola, del año 2000, un duro filme sobre el maltrato infantil protagonizado por Juan José Ballesta y dirigido por Achero Mañas. Él mismo dirige también Noviembre (2003), un falso documental que con un toque más cómico, sin dejar de ser un drama, relata las vivencias de un grupo de teatro callejero marcado por el idealismo que hacen pequeñas actuaciones con cierta denuncia social que no parece gustar a la policía. Siguiendo este estilo tan amplio que se forja en el cine español, del mismo año, 2003, damos con Te doy mis ojos, un retrato fiel y crudo de la violencia de género de Icíar Bollaín, que en 2007 estrena una película muy de acorde con la de Martín Cuenca, Mataharis. Esta última tiene por protagonista a tres mujeres que trabajan en una agencia de detectives privados y que les resulta muy difícil llevar una vida como la de los demás, conciliando lo laboral con lo familiar, aunque no les queda más remedio. No todas las películas citadas tienen una trama similar o el drama en que se enmarcan puede tener pinceladas de comedia o tragedia según el caso. Pero sí las une una misma estética, una imagen llena de realismo en la que los silencios tienen casi tanta importancia como los diálogos.

Como se puede observar, son varios los títulos citados en los que aparece un mismo actor, Luis Tosar. Éste es sin duda uno de los intérpretes que mejor se ha mantenido desde que se inició en esto del cine, con una más que prodigiosa carrera. A pesar de su físico que lo ha solido enmarcar en personajes duros y siniestros, contamos con un actor capaz de dotar de muchos matices su interpretación, como se puede ver en este filme. 2003 además se proclamará como parte de su etapa dorada, tras años en papeles de reparto, teniendo papeles con protagonismo en hasta cinco títulos ese mismo año: La flaqueza del bolchevique, El regalo de Silvia, Trece campanadas, El lápiz del carpintero y Te doy mis ojos


De María Valverde podemos decir algo bien distinto. Esta película fue su debut y le valió el Goya a la Mejor Actriz Revelación. A pesar de que algunos auguraron un futuro incierto en su carrera, como el de tantas actrices noveles que aparecieron por aquel entonces, la actriz ha sabido mantenerse en activo, habiendo trabajo con afamados directores como David Trueba y Ridley Scott. Su máxima popularidad vendría con las adaptaciones al cine de las conocidas novelas de Federico Moccia. En este 2015 será ella quien estrene cinco películas en las que ha participado.



El pesar de la insatisfacción

Esta película marca la diferencia en su fondo, que no es una denuncia social tan clara como un caso de maltrato u otro tipo de situación de emergencia. La raíz de todo ya empieza a escribirse en el inicio de la película, cuando Pablo decide poner música de Extremoduro. Esta música es tal vez lo que más se aleja de lo que se espera de una persona como Pablo, un ejecutivo de un banco. Lo que nos cuenta la película es el rechazo que sentimos a nuestras vidas, y no tanto a la vida en sí, más bien al camino que ha llevado, pareciendo que va por otro lado que nuestra propia persona.

Pablo no es un pedófilo, no es alguien que disfrute espiando a niñas, ni siquiera parece que sea una persona que tenga algún problema que el no desear su vida actual. Seguramente haya aspectos de este personaje que nos quedarían más claros si hubiéramos leído el libro con anterioridad, en el que aparece pensamientos discursivos sobre el periodo de la Rusia de los zares y sus hijas, a las que admira Pablo. Tal vez esa amalgama de ideas metafóricas que tenía Pablo al comparar su vida con la de los bolcheviques no han sido llevadas al cine por no ser algo difícil de digerir en el contexto audiovisual. Está en muy pequeñas dosis. La primera aparece de forma totalmente inadvertida, en los créditos de inicio, cuando vemos a Pablo ojear libros relacionados con este tema, y de hecho aparecen ilustraciones de las hijas del Zar Nicolás II.


En relación al hilo argumental, es interesante cómo cambia la historia para luego volver al mismo punto de partida. En un principio parece que vamos a ver, de una manera algo cómica, como un antipático yuppie se va a vengar de una pija estirada por hacer un parte al seguro que no tiene que ver con lo que pasó. Y entre llamadas telefónicas salidas de tono y persecuciones por la calle, se topa con María. La mirada de Pablo al verla nos dice que ella no ha pasado desapercibida. Pero viendo los anteriores comportamientos de Pablo en un principio no se sabe qué esperar de él, si quiere abusar de ella para seguir haciendo daño a Sonsoles, si se ha encaprichado de ella o si se ha enamorado a primera vista. Ya terminando la película y por casualidad, vuelve a surgir la trama de inicio, la de las llamadas nocturnas, que nos lleva al fatal desenlace. Es como si en el momento de escribirla, no se supiera muy bien qué iba a pasar después, dándole incluso más realismo a la trama.

Pero volviendo a esa relación que se crea entre Pablo y María, es difícil plantear en qué se basa. Puede parecer una relación de amor, una más que retratada situación de una persona mayor que se enamora de una menor. Lo que se cuenta en esta película es algo muy distinto, no parece que a Pablo le interese tener una relación más allá de la amistad con María. No es un “capricho” de un hombre que no tiene moral. Sus intenciones las deja bastante claras al decir tajantemente que “las bragas no le importan nada”. Es más, parece ser que son las intenciones de María las que están relacionadas con mantener una relación física. Pablo va más allá. Hay dos visiones que son totalmente compatibles con la película. La primera es que María, la primera vez que la ve, le recuerda a una de esas hijas del zar, lo que hace que se interese por conocerla, no como una obsesión, sino como alguien que le puede acercar a su pasión, la Revolución Rusa, tema principal de su tesis que no terminó dado que fue escogido para hacer lo que hace. La segunda opción es que lo que aflora en el interior de Pablo al ver a María es el recuerdo de cuando él era joven, un reflejo de los años en los que fue feliz. No sería amor por lo tanto sino nostalgia de lo que fue cuando estudiaba Derecho.


En ambos casos, ya se den los dos o solo alguno (algo que no deja suficientemente claro), hay elementos comunes que nos hacen afirmar que Pablo entabla la relación con María no por amor. Sería por una especie de admiración que siente ante alguien tan hecha para su edad que le hace revivir sentimientos olvidados y porque no le gusta en lo que se ha visto convertido. Está insatisfecho. Pero no es el único, durante el filme se observa insatisfacción en todos los personajes, como por ejemplo en la auditora que tiene que averiguar lo que hace mal la gente de una empresa, o incluso el amigo de la infancia de Pablo que se queja de ser un abogado con casos mediocres, sin poder aspirar a nada más. Nadie está contento con la vida que se ha adueñado de ellos. Lo resume Pablo con la frase que le dedica a Eva en la discoteca: “Te he dicho lo que hago, no quien soy”.

Pero la relación que se crea presta a confusión debido a que no parece que se asiente en los mismos principios y pensamientos tanto en uno como en otro. María sí parece más interesada en una relación que tenga que ver con lo físico, dado algunos comentarios que le hace a Pablo y las insinuaciones claras sobre el no llevar ropa interior, si quiere verla en bañador o que pensaba que le iba a besar. Aunque él parece disfrutar con lo que ésta le dice porque le sigue el juego, le deja claro desde el principio que él solo quiere conocerla. El motivo ya está dicho, María tiene dominio propio de su vida y no se deja asustar ni llevar fácilmente por nadie. Desde más pequeña cuando fue tan claro con el novio de la hermana, se hace ver un personaje de armas tomar. La pregunta entonces es quién engatusa a quién en esta relación y es lo que hace original lo que en un principio parece un recurso ya visto. Pablo no es quien lleva las riendas de la relación como si de un pervertido sexual se tratase. Es concluyente e incluso inusualmente cómico cuando tras enterarse María que el nombre real del otro es Pablo tras tantos nombres falsos, él se quedase abochornado en el coche, sin ser capaz de mirarla mientras ella le reprochaba el feo que le había hecho. Tanta es la desconfianza que le produce a María ese detalle que en ese momento es ella quien lo sigue para saber si le ha mentido en algo más. Tiene muy claro en qué se está metiendo y de últimas es quien lo busca para mantener esa relación.


Sin querer desvelar con exceso lo que ocurre al final de la película, sí es precisa una pequeña reflexión sobre esos últimos segundos en los que se ve a Pablo con la mirada totalmente perdida en esa cárcel, que no deja de ser una metáfora. Si lo pensamos bien, quién es responsable de lo que le ha ocurrido a María. No somos capaces de culpar a Pablo porque, aquel soberbio yuppie del principio que no creaba simpatía con el público, ha cambiado hasta convertirse en alguien que cae bien. No es justo que sea él quien acabe en prisión, eso es lo que quiere el director que el público piense. Pero lo conmovedor es pensar que Pablo, tras lo sucedido, ya vive en una cárcel de la que no logrará salir nunca. La celda no deja de ser un símbolo de lo que siente Pablo y de lo que perturba su mente, la gran culpabilidad que le corroe.

Es magnífica la química que desprenden Luis Tosar y María Valverde en escena, en la que congenian hasta el punto de que las miradas que se lanzan parecen totalmente reales, lo cual se agradece, ya que en la película tiene mucha importancia los silencios y las miradas, siendo una parte importante de la interpretación. Es de apreciar que a María Valverde le ha ayudado y favorecido mucho actuar junto con Luis Tosar en esta primera vez para ella, un actor todoterreno conocida ya su trayectoria. Seguramente los ensayos fueron un punto importante para que la magia de los dos protagonistas luciera como luce, aparte de un buen montaje, que siempre es decisivo para realzar lo que las interpretaciones no pueden. Y dicho eso, no parece casual los escenarios escogidos de Madrid, a la que se le hace una radiografía completa, diferenciándose con exactitud los espacios según el carácter socioeconómico de la zona, pasando de las zonas de explotación financiera a uno de los barrios pobres.


Para terminar, podemos resumir esta película como parte de un estilo marcado por el realismo y la estética que se ha creado dentro del cine español para tratar, no tanto de un problema social como la mayoría de los títulos que utilizan una estética similar, sino que hace toda una tesis en cubierto sobre un problema moral que puede recaer en cualquier persona: la insatisfacción. Y como suele pasar en adaptaciones de obras literarias, la historia en sí se desmarca de todo lo demás, pero hace que nos fijemos en ella gracias a una buena interpretación manejada por sus dos protagonistas.


Sonia Anguiano López

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