Director: Pedro Almodóvar.
Intérpretes: Antonio Banderas (Robert Ledgard), Elena Anaya (Vera Cruz), Marisa Paredes (Marilia), Jan Cornet (Vicente), Susi Sánchez (madre de Vicente), Bárbara Lennie (Cristina), Roberto Álamo (el Tigre Zeca), Blanca Suárez (Norma Ledgard), Ana Mena (Norma Ledgard de niña), Fernando Cayo (psiquiatra de Norma Ledgard), José Luis Gómez (el jefe de Robert Ledgard), Eduard Fernández (Fulgencio).
Productor: Agustín Almodóvar y Esther García.
Fotografía: José Luis Alcaine.
Música: Alberto Iglesias.
Sonido: Iván Marín.
Montaje: José Salcedo.
Nacionalidad y año de la producción: España, 2011.
Dentro de la piel
El
natural de La Mancha, Pedro Almodóvar, es tal vez uno de los directores
españoles más conocidos del panorama a nivel internacional, convirtiéndose en
una leyenda viva dentro de nuestro cine.
En su filmografía tiene casi una veintena de películas dirigidas y
escritas por él (la número veinte llegará el año próximo), destacándose como
uno de los directores con mayor regularidad en las pantallas desde que iniciara
la ardua tarea a principios de los años ochenta. Un director con mucha
personalidad y con una forma de elaborar cine muy característica, siendo
posible reconocer una película suya aunque no sepamos de antemano quién es el
responsable. Su sello es inconfundible.
La piel que habito,
su título decimoctavo, se describe como la cresta de una madurez artística que
hace diferenciarla de otras, sobre todo de las primeras. Este filme producido
por “El Deseo” (productora de los hermanos Pedro y Agustín Almodóvar) tiene su
origen en la novela Tarántula de
Thierry Jonquet, pero no es una adaptación del libro. Es más, al autor no le
habría gustado, el cual se mostraba reticente a llevar su obra al cine. La piel que habito utiliza esta novela
para contar algo parecido pero totalmente diferente. Si es cierto que en el
libro los perfiles de la mayoría de los protagonistas concuerda. Hay un
cirujano obsesionado que opera para “borrar el mal”, un ladrón que aparece con
la intención de operarse y que no le reconozca la policía y una atractiva
chica, Eve, que antes de dar con el cirujano se llamaba Vincent. Pero lo que
ocurre en la novela poco tiene que ver. De hecho no existe la figura de la
madre que se culpa por engendrar el mal, el ladrón de la novela tiene mucha más
presencia y no se trata nada relacionado con la piel. Digamos que Almodóvar,
tras una lectura del libro ha cogido los elementos que le han interesado y les
ha dado vida ordenándolos como le ha ido pareciendo, desde el prisma y la forma
de hacer el cine que lo caracteriza.
Una forma personal de hacer cine
Robert
Ledgard es un cirujano plástico que desde la tremenda muerte de su mujer está
obsesionado con producir una piel que sea resistente al fuego, algo en lo que
ha ocupado sus últimos años. Para poder experimentar y conocer los efectos que
tiene en humanos necesita pocos escrúpulos y alguien que le sirva como
conejillo de indias. Dentro de su mansión, El Cigarral, tiene todo lo que
necesita para sus operaciones y cuenta con la compañía de su siempre fiel
Marilia, que le cuida desde muy pequeño.
Realmente
es difícil resumir esta película sin ser superficial o desvelar todo lo que
ocurre de un tirón. La piel que habito
es un compendio de muchos componentes, que se hace coral no tanto en sus
personajes como en los elementos que la envuelve. Es un compendio, la suma
total de lo que sucede es lo que hace a la película. Generar una sinopsis de
cara al público tuvo que ser un reto para quien se encargarse dentro de la
productora o la distribuidora de hacerla, puesto que no desvelar nada y hacer
que resulte un filme atractivo es un trabajo que no está lo suficientemente
valorado.
Hay
quien afirma que Pedro Almodóvar siempre es Pedro Almodóvar y en sus películas
nos vamos a encontrar siempre lo mismo. Cada película que hace se cataloga de
genialidad y de basura a la vez, según a quién se le pregunte. No es la
intención de este texto entrar en esa dualidad, un juego de valores que no
beneficia a nadie. Tal vez las películas de Almodóvar sean para un público
determinado o tal vez quien se siente a verla tenga que entender previamente
qué va a ver. Aun así sería ridículo perpetuar el cliché de que la filmografía
del cineasta siempre es igual. Igual pasa con Álex de la Iglesia, Isabel Coixet
o Fernando Trueba (por citar otros directores de nuestro panorama actual).
Tienen una forma de contar las historias en sus películas que les caracteriza,
pero con cada nueva entrega, nos transmiten algo nuevo y se ponen en
comunicación con el público para proyectar nuevos pensamientos. Con Almodóvar
no iba a ser diferente, y la forma de hacer cine es muy distinta a la de los
demás, apareciendo características propias del director en todas sus cintas.
Esos
elementos son fáciles de detectar. Uno claro es el protagonismo que tiene en
sus películas, la mujer, por las que denota una admiración a la hora de actuar.
Incluso ha sido el encargado de lanzar al estrellato a muchas de las llamadas
“chicas Almodóvar”, como en los casos de Carmen Maura o Penélope Cruz. Otro de
los rasgos del director y que mayor choque cultural causó en sus inicios son
los entornos marginales que suele representar en sus películas, alejado de las
facilidades socioeconómicas que gozan personajes más aburguesados. Se suele
decir esta característica dentro de su condición de naturalista, en tanto que
representa una realidad sin adornos. Proviene también de ahí el que en sus
películas se recurra a diálogos chabacanos, de contenido escatológico a nivel
verbal y visual. Ya veremos más adelante cómo presenta las escenas de sexo en
esta película, aunque adelantamos que lo hace de forma similar en toda su
filmografía. Presenta las relaciones sexuales en una mezcla entre lo vulgar,
incluso agresivo, y lo natural, sin necesidad de dar explicaciones al
espectador. Otra de sus principales características proviene de sus influencias
en el Pop Art y la movida madrileña, que determinan la fotografía de sus
películas, sobre todo en la etapa que va desde sus inicios hasta final de los
años noventa. Más adelante perdura la imagen vintage en sus escenarios pero
vienen marcadas por el guión y no al revés.
Y
es que el cine del manchego, que acumula más de treinta años, cuenta con
distintas etapas marcadas por la época social y su evolución como director. La piel que habito es la película más
oscura que ha rodado hasta la fecha, marcando un punto álgido en su madurez
artística que viene precedida por Hable
con ella (2002) con la que comienza una etapa de crítica social, una vez
obtenido un perfeccionamiento al enfrentarse en su labor, que no tenía aún en
títulos como Matador (1986), ¡Átame! (1990) o Tacones lejanos (1991) pero que sí contaban con una mayor calidad
que sus primeros trabajos entre los que destacan Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980) o ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
(1984). Desde 2002 Almodóvar va creando títulos que ganan en forma y contenido,
dejando atrás obras que le brindan la notoriedad. Pero no deja de ser el mismo
y su sello permanece. Lo que cambia es, como se decía, la dinámica entre el
director y su propio estilo, puesto que años atrás parece que las historias
estaban limitadas por la condición naturalista de su cine. Con los títulos
cosechados en el nuevo siglo, las tramas no están a disposición del tipo de
melodrama encorsetado, siendo éstas las que se adueñan de la pantalla y pasando
el entorno marginal y chabacano a ser un recurso utilizado con frecuencia pero
que no marca el carácter y los diálogos de los personajes. La evolución
iniciada con la galardonada Hable con ella
(que consiguió el Oscar al mejor guión original) la continúa con Volver (2006) y Los abrazos rotos (2009), hasta culminar con La piel que habito.
Almodóvar
afirma que esta película, aunque pensó en distintos directores que podían
enriquecer esta misma, no tiene referencias. En parte tiene razón, el director
apuesta siempre por no buscar recursos en otras películas de género y hacer
cine desde su intuición. Así se asegura que no repetirá o plagiará escenas de
otros filmes. Le gusta ser íntegro y ofrecer al público un producto cien por
cien propio. Pero esto no excluye que encontremos claras referencias en su
trabajo, o acaso el caso de Vera, una persona obligada a cambiar
involuntariamente no nos retrae a Franz Kafka y La metamorfosis. La
obsesión que tiene Robert se puede comparar a la que siente Buffalo Bill en El silencio de los corderos (Jonathan
Demme, 1991) aunque con fines distintos. Es más, en ambas historias hay un
reflejo de Frankenstein (James Whale,
1931), sumándole en la de Almodóvar la relación enfermiza entre Robert y Vera
(pero en otros términos diferentes). Otra película que indudablemente le ha
debido de servir de inspiración al cineasta es, Los ojos sin rostro (Georges Franju, 1960), que trata de un
cirujano que rapta a jóvenes parisinas para quitarle la piel e implantársela a
su hija. Almodóvar encuentra referencias también en Buñuel, un director que
admira y que podría haber aspirado a realizar una película como esta, que lejos
no estaba encaminado. Pero más cercano a la actualidad, el guión de esta
película lo podría haber firmado sin que nadie sospechara de Haneke, el
director francés que acostumbra a retratar con crudeza el sadismo que oculta la
sociedad. Y por último, tanto la magnífica banda sonora que envuelve la
película, como la mansión (en especial el salón), parece salido del “Giallo
Italiano”, movimiento cinematográfico surgido en los años setenta.
Para
este filme, el director se rodea de un elenco que se esfuerza en dar lo mejor
de cada uno de ellos y lo consiguen. Está claro que ha sabido dónde apoyarse
para conseguir justo el resultado que quería. La relación entre Almodóvar y
Antonio Banderas, el Goya de Honor 2014, comenzó en 1982, año debut en el cine
del actor, con Laberinto de pasiones
y participa en cuatro más antes de ésta en 2011, donde demuestra que es capaz
de encarnar un papel frío con ganas de venganza. Elena Anaya le debe a Vera el
conseguir el Goya a la mejor interpretación femenina protagonista, y no es de
sorprender. Lejos de ser otra actriz que interpreta a un transexual en una
película de Almodóvar, las miradas fijas a la cámara hacen vibrar al
espectador, sin contar con el difícil rodaje que supondría las escenas con
posturas tan marcadas. Elena Anaya también es una repetidora del director,
habiendo participado en Hable con ella.
La veterana Marisa Paredes, que lejos de quedarse en un segundo plano, tiene
muy buenos momentos en la película, como cuando hace de narradora de la
historia que envuelve el personaje de Robert. A Almodóvar le agradece varias
nominaciones y premios, debido a sus actuaciones en sus películas. Ha
participado en cinco de ellas, siendo su interpretación más recordada la que
hiciera en Tacones lejanos. Destacar
la actuación de Blanca Suárez, que sorprende al espectador con la pulida
interpretación de Norma, con claros trastornos psicológicos y la del también
secundario Roberto Álamo, que con gran sentido del humor, hace un trabajo
camaleónico para hacer de Zeca, que incluso cambia su peculiar tono de voz
grave incluyendo el acento brasileño. En definitiva, un reparto escogido a
medida.
Venganza en un melodrama de terror
El
principio de la trepidante película nos da a entender que Vera lleva allí mucho
tiempo, y que tanto ella como Marilia y el resto de empleados están
acostumbrados a la rutina diaria. Todavía no sabemos por dónde irán los tiros
en esta ocasión. Más adelante conocemos al cirujano, y sus primeras palabras ya
mandan una señal. “El rostro nos identifica”. Cuando la película avanza esa
frase resulta más bien una broma totalmente contraria a todo lo que ocurre en
la mansión situada en Toledo. Todo parece cotidiano durante los primeros veinte
minutos, a pesar de que el espectador no sabe muy bien quiénes son esa gente,
qué lazos tienen entre ellos y qué hacen allí. Francamente, el sentido a los
primeros diálogos se lo encuentras en un segundo visionado, cuando ya se sabe
lo que ocurrió allí. Pero de momento nos podemos deleitar con más frases que
toman cuerpo con el avance de la película. “Tú y yo no somos como todo el
mundo” le dice Robert a Vera que parece llevar con entereza su estancia allí, a
pesar de su intento de suicidio (que también se proyecta como algo cotidiano) y
de someterla a una operación de injerto de piel y hacer pruebas con ella. Antes
de seguir con la trama, es digno de mencionar las posturas que se ven de Vera a
través de la pantalla que está en el cuarto de Robert, que llega a confundirse
con los cuadros que hay en la habitación (como la imitación de “Las tres
gracias” sin rostro, escogido con una clara intención). Las poses que toma Vera
cuando Robert la ve es sólo uno de los ejemplos que se podrían citar de una
fotografía muy cuidada y trabajada. Cada uno de los planos tirados han sido
pensados con detenimiento para una composición perfecta, que la acompaña una
estética entre lo Almodóvar y lo Giallo, en la que sobresale de forma muy sutil
la decoración llamativa de vivas tonalidades.
Lo
cotidiano se rompe con la llegada del tigre, una metáfora muy fina aunque muy
clara. Zeca, el tigre, va a arrasar con “El Cigarral” con su llegada y removerá
el orden establecido. Se suponía que solo quería visitar a la madre, Marilia,
pero el verdadero motivo es que quiere que Robert le opere la cara. Su madre le
avisa de que es una mala idea después de lo que pasó (algo que aún se desconoce).
Cambia de planes cuando ve a Vera en un monitor y claramente la confunde con
otra persona, a la que se parece mucho. Como si de un instinto animal se
tratara, el tigre ve a su presa y hará todo lo posible para mantener una
relación sexual no consentida que acaba con la muerte del tigre por parte de
Robert. Es curioso la naturalidad con la que se expone el sexo durante todo el
metraje, como parte fundamental de lo humano. Se introduce en la película de
una forma que pasa casi desapercibida, sin darle importancia. Aunque existen
puntos contradictorios en cómo se exhibe el cuerpo desnudo de la mujer, como un
símbolo de belleza en su total pureza y como se presentan en las escenas de sexo, que
podrían ser consideradas violaciones de la brutalidad que emplean los hombres
durante ese momento, sin demostrar el mínimo respeto por la mujer, ejerciendo
su superioridad masculina.
Es
después de la muerte del tigre cuando se van aclarando los hechos que han
llevado a toda esa situación en forma de flashback. La mitad de la película lo
forman estos saltos al pasado, que se engloban en los que nos hace retroceder
doce años atrás y los que nos cuentan que sucedió seis años antes de lo que
sucede actualmente. Así nos enteramos de que la mujer de Robert tuvo una
relación y un accidente de coche con Zeca (que por cierto es hermano de leche
de Robert) que le produjo a ella quemaduras en todo el cuerpo. Aunque consiguió
salvarla, al verse reflejada en la ventana, no soporta la imagen y se tira al
vacío, cayendo justo delante de su hija, Norma, escena que le crea un trauma y
fobia social. En una boda a la que asisten padre e hija, Vicente, abusa de
Norma, a la que acaban ingresando y ella se acaba suicidando. Entonces Robert
lo busca para experimentar y hacer pruebas con él, hasta que llega un día en
que se convierte en Vera Cruz.
La
historia que hemos presenciado es una historia de venganza en toda
regla. Es más, se trata de una doble venganza por parte de Robert y que proyecta
en Vicente. La muerte de su hija la materializa obligándole a convertirse en
mujer y la muerte de su mujer, dándole su aspecto y creando una piel resistente
a las quemaduras. La falta de escrúpulos que demuestra el cirujano en sus actos
refleja una personalidad fría y mucho dolor guardado. La venganza está presente
en toda la película. También es Robert el que se venga de Zeca por influir en
la muerte de la mujer, pero dada las circunstancias, a él lo mata, no le hace
sufrir como a Vicente. Este último también cumple con su venganza. La venganza
final, la que le hará libre después de tantos años encerrado. La estrategia en
su caso para poder escapar es bien distinta: esperar. La paciencia es una
virtud que ha tenido que trabajar Vicente y esperar atento a su oportunidad. En
cuanto se le brinda, desarrolla el plan de fuga. Irónicamente, como apunte paradójico
(con retórica intencional de Almodóvar), una vez que Vicente vuelve con su
madre y su compañera de trabajo homosexual, Cristina, ahora sí que puede
enamorarla, ya que quería hacerlo antes de la transformación.
Vera
es un personaje peculiar tal y como lo presenta el director. El mensaje que nos
lanza es que en la vida hay caminos sin retornos, por eso se debe saber
escoger. En este caso, se hace uno de esos caminos de forma totalmente
involuntaria. Vera tiene que aceptar el vivir dentro de una piel que no es la
suya, que ha sido sintetizada en un laboratorio, con un cuerpo que ya no se
parece al suyo. Pero el rostro no nos define cómo piensa Robert, motivo por el
que se crea esa relación enfermiza entre él y Vera. La identidad de cada uno
está marcado por el físico, porque Vicente no se ha convertido en un sustituto
de la esposa muerta. Internamente él siempre ha tenido claro quién es. Esta
idea entra en conflicto al recordar que justamente la causa de que la mujer se
suicidara fue al ver su rostro. Este hecho desvirtúa la idea original, haciendo
que pierda fuerza. En un punto intermedio, lo que nos cuentan es que el físico
es una faceta de nuestra personalidad que conlleva una gran vulnerabilidad.
Como
último apunte sobre este inquietante melodrama terrorífico, no es casual
tampoco la elección del nombre de la protagonista: Vera Cruz. Almodóvar, que
acostumbra en algunas películas a hacer referencia a lo divino y lo religioso, en
este ingenioso juego de palabras consigue un símbolo que da pie a muchos
significados. La “Veracruz” se conoce como la cruz en la que murió Jesucristo.
Puede haberla usado como la metáfora de la muerte de un hombre que ha pasado a
ser una mujer. También puede reflejar la penitencia que está detrás de toda la
situación recreada. O, la favorita, que Vera es la cruz de Robert, en donde
están todas sus penas que le atormentan, los fantasmas de las dos mujeres que
perdió y le perseguirán siempre.
En
definitiva, se podría decir que La piel
que habito no es una película de Almodóvar, sino que es la película por la
que debe ser recordado. En donde ha creado un entorno propio traído por su
madurez cinematográfica en la que se retrata la venganza desde el cariño y el
odio, ejemplificado todo en una piel que es sensible y dura al mismo tiempo.
Sonia Anguiano López
No hay comentarios:
Publicar un comentario